La condición de Ibrahim era la de esclavo. Había sido comprado, cuando tadavía no sabía ni hablar ni andar por el jeque Abdul, personaje del que no voy a hablaros puesto que su crueldad y maldad no merecen otra cosa que el olvido. Ibrahim había sido puesto al servicio de Maruf, cuya misión era pesar y tasar las mercancías que traían las caravanas. Para ello instalaba una jaima con sus balanzas a las afueras del recinto amurallado. Este personaje tampoco merecerá un lugar en nuestra memoria puesto que nunca se ocupó de enseñar a Ibrahim el manejo de estos instrumentos.
Poco después de que Sherezade se estableciese en el oasis de Barzaj sucedió que Maruf enfermó y murió. Entonces el jeque Abdul hizo traer a Ibrahim a su presencia y le dijo:
- Ibrahim, tu ocuparás el lugar de Maruf. Si pierdo un solo gramo por un error tuyo, te ahorcaré y las hienas y los buitres del desierto se alimentarán con tus despojos.
Mudo por el miedo, Ibrahim no se atrevió a confesar su ignorancia. De nada hubiera servido.
- Dentro de ocho días - añadió el jeque - la caravana de Yusuf al-Tahir llegará, ten la jaima de las balanzas preparada.