Me llaman Sherezade. Mi nombre es lo único que no ha cambiado a lo largo del tiempo. Puede que sea un duende, un genio, un arcano, una hada ... en fin seré como tu quieras imaginarme, amable internauta. Pero ante todo déjame decirte que soy un espíritu viajero. He conocido y he admirado la belleza del inmenso calidoscopio que cada día forman el sol y la luna reflejándose en la infinidad de sitios de este planeta. En cada época y lugar, discretamente adopto la imagen y las costumbres de sus gentes y me complace mucho contar mis experiencias.
Ésta que ahora te cuento sucedió no hace más de mil años en los lejanos desiertos de Oriente. Fué en el oasis de Barzaj donde conocí al joven Ibrahim. Llegué a este lugar en una caravana de nómadas beduinos que comerciaban con especies y piedras preciosas, que adquirían en tierras muy lejanas, cuya ruta guardaban en el más estricto secreto para no tener competidores.